miércoles, julio 24, 2013

Textos inconclusos VIII

Almohadones

Es necesario, a veces, deshacerte de los almohadones que tenemos pegados en la cara todas las mañanas que soñamos con el pasado. Las plumas que aun nos pican molestan los pocos parpados que de tanto parpadear gastados estan. Es entonces el momento en que decidis terminar, y ves con malos ojos la idea de empezar a llorar. Escribis unas lineas con garabatos al azar, le mezclas un toque de angustia con algo de hipotetica felicidad, y haces del sin fin de sollozos un calabozo con una pizca de sal.

Al fin, al cabo, avanzas. Tiras en la heladera un par de sueños para congelar, te mentis diciendo que mañana los vas a revisar, y prejuzgas a la noche que esta por empezar. Son las 9 am, y aun no sabes para donde encarar. Estas quieto. Solo. Mirando fijo el otoño que te esta por avanzar. Creas fantasmas palidos con caras al azar, les tiras un hueso para empezarlos a alimentar, y tu historia se encuentra envuelta en la novela que anoche no quisiste terminer. Y perdes el rumbo que te lleva a la realidad, y así, con un poco de silencio en la boca, empezas a callar todos los temores que de grande pensas que te van a acechar.



Borracho

Cuando el tiempo avanza te das cuenta que las cosas cambian y vos no las queres ver, no las podes ver. Borraste en el camino un novillo de lana hecho historia y suplantaste poster de tu pared de recuerdos con pintura amarga de un azul algo tieso. Perdes el rumbo mientras recordas las anecdotas de quien no buscaba alguien para llorar, sino que sonreìa por no verlo llegar. Descubris así la dureza con la que el reloj te tumba, y caes, y te levantas y volves a encotrar una coleccion de almanaques que marcan tu edad. Y en medio de esa hogera de ensueños frustrados, de locura perdida, de inocencia ausente, recordas un pequeño refran y un olor a hogar que desmembrana todo el laberinto para de a poco volver a acomodar las piezas que hace tiempo tiraste por el suelo cuando borracho en tu casa volviste a entrar.


Algo Oxidados

Las desilusiones se encuentran a la vuelta de la esquina, cuando ves en el mundo una pared llena de versos que quedaron anclado en un recuerdo algo oxidado. Se convierte la realidad en el paganismo de una utopia, buscas en el borrador las explicaciones que te dejen contento sin la necesidad de pensar. Vendes entonces gramos de amistad y de verdad, en un sutil cuentagotas tapado, y recreas en sueños lo que hace rato te tiene atrapado. Pero caes en cuenta que nada puede variar, que los que rajan, corren por la venta, miran de reojo el suelo, pensando en desaparecer y fisgonean las sogas que tiras preguntandose si vale la pena agarrar. Pero escapan a los brazos que siempre quisieron encontrar, y revuelven las fotos pegadas en el suelo, y escriben con tinta invisible lo que mas le duele, porque el orgullo los cega, y no ven, que desde el costado de la ruta hay un sinfin de acomodadores dispuestos a darles una función mejor.




Santiago Abregú