domingo, febrero 05, 2012

Ensueños de grandeza.


No hay silencios que tengan acceso directo a nuestra conciencia, si a ciencia cierta sabemos que los brazos son el mejor remedio a tanto desconcierto. Es cuando vemos el Sol amanecer en los ojos tristes de tu mujer, es el momento exacto en que nuestra expansion se mete en el entorno de su atardecer; y acabamos besando los recovecos que no lagrimean con el fin de alegrar, de enmarcar, de auyentar, de esconder las tristezas que la han de aquejar. Y lograr en un simple gesto desentonar, y que de su boca se escape una risa, y que esa risa se convierta en carcajada, y esa carcajada en un beso, y ese beso en un llanto más fuerte pero desahogado. Y armar entonces una cadena sin fin, donde los besos se confunden con llantos, y los llantos con brazos, y los brazos con abrazos, y se van convirtiendo en besos, y mas besos, y la pasión y el fuego que erosiona las lágrimas y otro abrazo, y otro sueño y caemos, y bebemos, soñamos, embriagamos la desazon con piel, y la piel se transforma en vos, y yo, y somos uno y uno termina siendo dos; y dos somos vos y yo, y yo y vos de vuelta, y los besos y los abrazos y la ternura, el amor, la verdad, la tristeza desaparecida, el sueño envuelto, el amor resuelto y las lágrimas que caían secas en medio de una almohada desolada pidiendo a gritos otro round de tristezas acabados en... sueños de grandeza.

Santiago Abregú

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