jueves, noviembre 30, 2006

La noche sin sol

Carta blanca, as de póker, juegos infinitos que se rompen en ensueños, dulces muertes, brillantes reliquias, gritos desamparados, demuestran el señuelo del nacimiento del ocaso.
Complicada luna, blanca seguidora de las noches, que vestida de alegría interviene en las aguas mas frías. El lago del amor, grises sus aguas envueltas de fulgor, del fuego del amor, esas aguas que se queman cuando los cuerpos ingresan, besos entrebuscados, que demuestran lo más triste del pasado, luces y tinieblas el mundo dentro de una ruleta. Uno es esa bola, que gira te marea, para y define la suerte de uno. Esa suerte que refleja la vida de uno, esa vida tan oscura que presiente los cambios del maíz. Como queremos vernos si el sol ciega los ojos de todos los luceros, en esas noches olvidadas donde el sol se hizo el ratero y robo de tu boca el mas dulce deseo, esa noche mas que gris donde las nubes y la luna jugaron hasta morir, donde el relámpago iluminaba los azotes de tu pelo, en el cuerpo derramado, de tu sangre, de tus besos. El extraño fulgor de un anochecer diferente, donde el cielo sin estrellas se hizo presente, intento esconder en lo mas profundo el viejo recuerdo de un amor nocturno. Risas de la voz, mueren alrededor cada ves que mi labio rosa en cuerpo erizado, donde la seriedad envuelve tu cara, y el amor profundo en mi interior se propaga. Como él oxigeno en las venas, el sol, las nubes, la tierra, se pegan a nuestro cuerpo, la luz del rayo me desvela, pero el sol de tu mirada me refleja. Esos ojos color cielo, que interpretaron mi más humilde deseo, esa noche sin estrellas donde nació el amor que murió en primavera. Noche de invierno, que ocupa lo mas duros y finos deseos, donde el sol de la muerte envejece y la luna de la vida aparece, donde la garúa se va terminando y el sol del ocaso empieza a amanecer y nos dice devuelta no terminen de ser.
Nada realmente importa ya, cuando veamos a esos luceros, esos relámpagos y esos cielos, recordaremos todos los veleros que recorrimos, cada surco de agua, o cascada con la que luchamos, cada contradicción, cada corriente que nos atrapo, esas que logramos vences, lastimados, pero adelante, los dos abrazados, de amor, entre esas palabras que nunca nos vencieron. Esas letras que por más indefensas que eran nos sacaron de tema, y nos hicieron llorar una vida eterna. Todas esas luces, por las noches envueltas, nos buscan de reflejo en la vida mas añeja. Besos de atardecer que no volverán, de esa misma boca no saldrán. Quizá con otra mirada, o con otro afán, con una nueva mirada, o con un nuevo amar. Un te amo me dirán, y el beso más profundo devuelta en mi se hundirá, pero nunca te abandonare, no me abandonaras, en mi recuerdo quedaras, como la de aquella noche, bajo las nubes, sin lunas frente al mar, amando todo lo no amado y contradiciendo a los que se quedaron callados. Luchando por nuestro respeto, por el amor por lo más nuestro, por el corazón, por aquellos dulces y amados besos. Ese día en aquella playa, en el mar abrazados sin esconder ningún lugar, sin dejar de amar. Sin querer escuchar, solo con ganas de llorar. Pero en esa lagrima derramar, el amor mas profundo, el sol mas extrañado, por esa noche fría, donde nuestros cuerpos se volvieron cenizas, y el amor se volvió fogón.




Escrito en el 2003 un poco viejo jeje


Santiago abregú.

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