Si tan sólo leyeras como yo, lo que escribo y recuerdo de nuestra última porción de relación, entenderías como fueron los sucesos que me llevaron a esta acción. Soy un triste solitario bebiendo sorbos de realidad en la esquina del dial. Y diluyo tus ilusiones con un poco de querosen, prendo fuego mis recuerdos y tus habladurías por doquier. Los ojos que un sabado me mostraste me desgastaron a muerte cuando el lunes volví a hablarte. No lo niego, caí varias veces antes de perderte, caí en la cuenta de que mi mundo sin vos es muy diferente. Caí en el silencio de no poder estar sin llorar un rato la angustia que me da no tenerte. Esta impotencia de verdad que me azota a los gritos y sin parar, no me deja hablar, no me deja descansar. Este universo cíclico que no me da ni un trago para espantar fantasmas. La confusión ya es parte de mi vida, los delirios no son más que una palabra fina. Y así agito en medio de mordiscones de bronca la verdad que a todos nos toca. Esto tuvo su fin hace rato, me duele y me cuesta mencionarlo. Pero ver la otra vereda me hace rescatar lo poco que queda de mi rato y entiendo entonces que muriendo en la comisura de otros labios encuentro el sentido por el cual quiero estar despierto y esperanzado. Porque las ventanas se abrieron mucho antes de que yo cierre la puerta, y sólo falta que pongas la llave para entender que las brisas me alejan de tu primavera.
Santiago Abregú
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