La mañana en alguien que no trabaja, como yo, suele ser el momento de paz. O por lo menos lo es para mí. La paz de uno con uno mismo es encontrar la unión casi perfecta de vos con vos. Sentir que estamos respirando el cuerpo y el alma. Que estos logran unirse para mirar un poco más adentro de uno. Quedarse en silencio, hundirse en esa nube de silencios que ponen a nuestra mente en un estado de quietud neta. Tan profundo podemos llegar que el viento sería incapaz de interrumpirnos.
Así nos miramos siempre un poco más si lo permitimos. Entrar en ese estado de trance con tu cuerpo y tu alma y tu mente y tu todo. Aceptar todo lo que te rodea y volverlo tuyo. Mirar el cielo con los ojos cerrados, oler hasta la flor del jardín más lejano, sentir hasta la respiración de alguien que duerme a 100 metros, pero estar tan alejado de tu respiración. Bajar tus pulsaciones, darle descanso a los musculos, relajarte.
Al fin y al cabo meditar durante la mañana, a veces, hace que el día sea mucho más pacifico.
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